Hoy en día es prácticamente impensable pensar en una ciudad o una gran localidad sin ellos. Los semáforos están por todas partes y gracias a ellos es posible controlar y regular el tráfico. Pero no siempre existieron.
Su origen se remonta a 1868, año en el que instaló el primer semáforo del mundo. La ciudad elegida para ello fue Londres y la señal poco tenía que ver a los semáforos tal y como los conocemos ahora. Diseñado por el ingeniero ferroviario John Peake Knight el artilugio contaba con dos brazos que se levantaban manualmente para indicar el sentido que tenía que detenerse. Para la noche se empleaban lámparas de gas -de color rojo y verde- para que fuera visible.
El segundo modelo, ya eléctrico, se presentó en 1910. Ernest Sirrine mejoró el anterior prototipo volviéndolo automático pero eliminó los colores rojo y verde y los sustituyó por las palabras 'stop' -parar- y 'proceed' -seguir-, aunque no tuvo demasiado éxito. Por eso dos años más tarde un policía de Salt Lake City, optó por recuperar la fórmula de los colores, de forma automática, aunque su activación se hacía manualmente.
No fue hasta 1914 cuando se instaló el primer semáforo tal y como se conoce hoy en día. El modelo, instalado por primera vez en Cleveland (Estados Unidos) contaba con luces rojas y verdes eléctricas, un sistema automático de funcionamiento y un emisor de zumbidos. Y en 1920, William Potts incorporó la luz amarilla. Para ese momento los semáforos ya se habían expandido alrededor del mundo.